miércoles, 26 de noviembre de 2008

El comandante

Recuerdo cuando ibas a la vanguardia del pelotón, comandante Paquito. Te abrías paso entre la hierba de guinea y los alambres de púa como todo un guerrillero. El grupo de soldados descalzos seguía tus pasos hasta el monte de Jarro Sucio, que era nuestro campo de batalla. A tu orden comenzaba la misión de recoger chinolas, guayabas y mangos maduros. A veces corríamos con suerte y atrapábamos una que otra tórtola para guisarla con ajo, cebolla y su chin de sopita. Te obedecíamos porque eras el mayor y porque aquella cinta roja que te amarrabas en la frente te hacia parecer a Rambo. Nos explicabas que “los objetivos deben ser abordados con rapidez y precisión”. Si dos tropas de niños coincidían en una misma mata, comenzaba la guerra de guayabazos de donde salían varios ojos aboyados. Aquella era una situación dolorosa, pero poco frecuente entre nosotros, ya que tú, Paquito, siempre fuiste el mejor comandante de la bolita del mundo. Supiste dirigirnos. Nunca permitiste que el sargento Omar nos diera cocotazos arbitrarios delante de ti. “Los cocotazos son para corregir, no para abusar”, le decías al desdientado ese. Gracias a tu destreza aprendimos a ranear para escondernos de los adultos que salían a buscarnos a la hora de la comida. Y dejamos de pisar las minas hediondas que nosotros mismos sembrábamos en la tierra al hacer nuestras necesidades al aire libre. Fuiste nuestro primer ejemplo de cautela y de justicia. Por tal razón me sorprende encontrarte hoy aquí, en esta Academia Militar. Si sabías que la mayoría de los comandantes de verdad son unos charlatanes, y que la milicia de “la gente grande” está repleta de generales buenos para nada, y que muchos oficiales sólo saben explotar a los subalternos, ¿por qué diablos te metiste en esta vaina? ¿Acaso se te olvidó que los jefes de los comedores se toman la mayor parte del presupuesto de la comida y le “abimban” la barriga con locrio de arenque a los reclutas. Fuiste tú quien me contó que un capitán de este centro obliga a los cadetes a comprar hasta tres veces un mismo utensilio de trabajo, porque la tienda que lo vende es de su propiedad. Hasta un tal Barómetro Internacional anunció que los órganos castrenses son los más corruptos de todo le país. Paquito, solo no podrás contra esa doble moral. Sal de aquí. Vuelve conmigo a Jarro Sucio para que trabajemos juntos en nuestro otro sueño. ¡Pongamos un vivero! De seguro que las flores te dejarán mayores beneficios que esta institución, plagada de minas de las que nuestro pelotón infantil depositaba entre el verdor de los montes.

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