sábado, 28 de marzo de 2009

El recluta que marchó en el desfile


La orden de un comandante no se cuestiona, ni siquiera se piensa. Se cumple. Por eso, cuando el capitán lo pidió, Paquito y los demás reclutas se quitaron el uniforme nuevo con el que habían marchado dos horas antes y se fueron al cuartel solamente con los pantaloncillos todavía empapados de sudor. Los “pelapapas” también tuvieron que devolver las botas que la Jefatura les había entregado en un estruendoso acto que precedió al desfile militar. Y se fueron a la cama con las tripas vacías porque el almuerzo previsto en el presupuesto de la marcha desapareció por arte de magia, y así se quedaría por los siglos de los siglos. “Buen trabajo, guardias. Hasta el Secretario de las Fuerzas Armadas nos llamó para felicitarnos por nuestra excelente participación”, arengó el oficial, mientras los reclutas se dirigían a sus habitaciones, desnudos y con la boca ceniza del hambre.
Antes de dormirse, en la soledad del cuarto común, lleno de hombres grajosos y sicotudos, Paquito pensó en su primera participación del desfile militar que conmemora la independencia de la mil veces gloriosa República de las Maravillas. No entendía a qué se refirió el Presidente cuando dijo que “los malos no pasarán”. Se perdió descifrando el discurso del Jefe de Estado Mayor, en el que decía que, a pesar de los recientes actos de corrupción cometidos por militares, los organismos armados están llenos de nobleza y vocación de servicio. “¿Será verdad que el Presidente no sabe que aquí hay más generales que escuadrones?, ¿y que la mayoría tiene fincas, vehículos de lujo y casas que no pueden justificar?”, se preguntaba. En
el caco pelao del muchacho que nació y creció en San Isidro, las inquietudes no dejaban de saltar. “Coño. Cualquiera que los oye hablando de seriedad y de honor. Si la gente supiera que los chamacos que nos dieron esta mañana para desfilar ante las cámaras de televisión se quedaron en las manos del comandante. Horita nos los vende a nosotros mismos”, continuaba el raso. Estaba tan indignado que a veces pensaba en voz alta, sin temor a que sus compañeros lo escucharan. “Tanta disciplina para nada. Aquí hay barbarazos peores que los delincuentes de la calle. ¿Tú crees que es buena cosa un tipo que se coja los cuartos que el Gobierno da para la comida de uno, o el que le cobra una tarifa a los guardias que piden un permiso? No, ombe, no. La seriedad es otra cosa”, dijo en voz alta antes de entrar a profundos senderos del sueño. 28/03/09. Por Jhonatan Liriano Lizardo. Foto de fuente externa.

sábado, 14 de marzo de 2009

Ven, que hoy es sábado


Hoy es sábado, muchacha, y la tarde está para comérsela, con todo y sol, con todo y cielo.
La brisa clara y fresca de marzo espera para llevarnos a caminar por encima de la acera del barrio, agarraditos de la mano. Saldaremos la deuda acumulada con los viejos amigos y cruzaremos la esquina que siempre es una fiesta. Los periódicos y los noticieros televisivos los dejaremos en casa, para que no intenten jodernos el único día en que somos nosotros. Date pronto, que estoy loco por beberme tu risa, que tengo unas ganas enormes de bendecir todas las cosas, incluso a los malditos partidos políticos. Debemos aprovechar que la mayoría de los funcionarios se retiran a sus fincas robadas y nos libran de la náusea que su presencia nos causa. Por ti nos detendremos a comer helado de “tresleche”, y por mí pasaremos a bebernos un jugo de limón o un vaso de habichuela con dulce en casa de doña Nerola. Con la panza llena iremos al parque, donde limitaremos el contacto a la más simple caricia porque el lugar se llena de carajitos y carajitas. Volverás a recordar el día en que nos conocimos, en un “voladora”. Yo reiteraré mi deseo de tener cuatro hijos. “Ay sí, cómo no. Si tú los pares, porque yo sólo quiero una hembra y un varón. Eso de encabezar una tribu es para las mujeres de antes, mi amorcito”, contestarás, dejando escapar aquella pícara sonrisa que siempre derrumba mis argumentos. De repente llegará la noche. El parque será tomado por los grillos. Y el viento frío nos pondrá la piel de gallina. “Hace mucho frío”, me dirás. “Antes de salir dejé encendida la luz de mi habitación. Debe estar calientita”, te contestaré. Por cuestiones culturales harás un silencio más elocuente que los discursos del presidente de la República. A la humildad de mi hogar llegaremos en sólo cinco minutos. Me tragaré las palabras y comenzaré a besarte como el loco que soy, para cambiar el calor de la bombilla por el de dos cuerpos que empiezan a desnudarse, a quitarse la amargura del lunes, la pereza del martes, las ansias del miércoles, y la desesperación que llega el jueves y el viernes se hace insoportable. En ti encontraré a un ser distinto, hambriento de caricias y besos. En mí se borrarán los cambios sociales, el teatro y las demás pendejadas que me mantuvieron despierto. Buscándonos nos perderemos. Todos los recursos que nos brinda la juventud no serán suficientes para calmar tanta sed. Nadaremos en el sudor más dulce del mundo. Y, por este sábado, ningún dichoso será más dichoso que nosotros. El domingo amaneceremos gratamente cansados y listos para enfrentarnos al lunes, al plomizo lunes que sólo sirve para desear la libertad del sábado. Por Jhonatan Liriano. Ilustración de Rafael Hutchinson.