lunes, 21 de septiembre de 2009

Quisiera ser un ave


Quisiera ser un ave, como tú, muchacha, y volar sin mesuras por encima del suelo. Quisiera tener plumas que me permitan acariciar los hilos del viento mientras me dejo llevar a cualquier sitio.
A veces me sientes planeando contigo, bebiendo nubes, mordiendo estrellas o mirando a los lejos. Pero no pertenezco a la familia avícola, querida. Nunca podré como tú vivir el cielo ni bajar a tierra solamente a buscar los frutos del árbol o el nido.
Cuando recorro las alturas con el pecho lleno de espacio y horizonte siento miedo. Me intranquiliza el recuerdo de mis iguales. Sí, la imagen de esos que ves muy pequeños. No saben volar. Ni siquiera han visto las reales alturas del hombre. Fueron obligados a caminar lentamente entre lodazales de injusticia y mezquindad.
Trato de acompañarlos un par de ocasiones por semana. A veces despego de repente y hago un paquete de piruetas frente a sus ojos sorprendidos, no con la intención de causarles envidia, sino para motivarlos a incursionar en las vías del aire.
“Anímense, chulos. Si alzan vuelo podrán disfrutar junto a sus familias de las glorias del desarrollo, de las tres comidas, del médico a tiempo, del sexo sin hinchazón, del Dios que les de la gana y de tantas otras comodidades permitidas sólo a emplumados”, les voceo desde las alturas para animarlos. Pero pocas veces responden porque el ruido del televisor, la campaña política o el Loto comienza a presentarles distracciones.
A pesar de esa barrera los prefiero, porque fui como ellos. Son mi pasado, mi presente y, si consigo ayudarlos a levantar vuelo, iremos juntos a navegar en los aires del futuro.
Tú en cambio eres una hermosa golondrina. Dominas tan bien las alturas que pareces nacida de una nube. Puedes buscarte un verdadero acompañante emplumado, uno que no detenga las acrobacias para sentarse a observar la dinámica del suelo. Álzate y se coherente con tu instinto de pasajera del mundo. Mientras, yo me quedo volando aquí, aterrizando allá y caminando por acullá.
Cuando quieras nos revolcamos en aquel nidito que te gusta mucho. Como siempre, tú me clavas tus garras y yo te ensucio el sudado plumaje con la tierra de mis manos, pero teniendo en cuenta que nuestras cartas de navegación jamás serán las mismas, porque no soy un ave, muchacha, aunque a veces me veas volando.

3 comentarios:

María Eugenia del Pozo dijo...

wao...

Vianney D. Cristopher dijo...

lo publicaste!
le hiciste cambios

Yalo dijo...

Qué lindo. Yo también quisiera ser un ave. Para volar.
Y.