martes, 3 de febrero de 2009

En política


La tía Juanita se puso seria, apagó la hornilla de la estufa y se sentó en la silla de guano para darle el consejo. “Paquito, todos los políticos son unos delincuentes. Lo único que saben hacer es engañar al pueblo. No te acerques a esa raza de maleantes, por el amor de Dios, mi hijo”, le dijo. Pero el muchacho no le hizo caso. Al otro día se inscribió en el recién creado Partido del Progreso Maravillano (PPM), agrupación formada por superhombres capaces de bajar “una luna de Saturno para cada ciudadano de la República de las Maravillas: ¡La solución inmediata a los históricos problemas nacionales! Estaba fascinado. Tenía la esperanza de cambiar los colores de las casas de su barrio y llevar más actividad a la vieja estufa de la tía. Quería llegar al poder para acabar con las desigualdades sociales. Recolectando firmas y haciendo operativos comunitarios alcanzó en pocos meses la posición de Coordinador de la Juventud a nivel regional. Y el Secretario General de PPM en persona le entregó una distinción el día que lo nombraron Líder del Año.
Para la ocasión, pronunció un discurso que conmovió a sus compañeros y sembró inquietudes en los corazones de los que habían dejado de creer en el sistema de partido. “Tenemos la responsabilidad social de participar en la transformación de nuestra realidad. Debemos comprometernos. Recordemos las palabras del padre de la patria: la política es la más pura de todas las ciencias. Súmate, el futuro nos pertenece”, proclamó.
Se había convertido en un símbolo de honestidad y trabajo. Otras organizaciones temían a su retórica y a su capacidad de convocatoria. Su prestigio era tanto que cuando el PPM llegó al poder, el sobrino de Juanita fue nombrado Director General de Aduanas, el más joven de la historia. De inmediato, comenzó a trabajar en la reorganización de la institución. Canceló a los empleados que habían cometido irregularidades en la administración anterior y mejoró las condiciones de trabajo de los que se quedaron.
Paquito seriedad”, como le decían”, disfrutaba cumplir con su deber, hasta el día que la cara se le cayó de vergüenza. Los periódicos decían que sus compañeros de partido, los superhombres, habían utilizado el dinero del pueblo para construirse costosas villas. Los de la Cámara de Cuenta cobraron un sueldo de lujo sin haber trabajado.
Y el Presidente de la República puso en libertad a un grupo de ladrones que desfalcó al pueblo maravillano. La corrupción había permeado al PPM. Durante horas, por la mente de Paquito cruzó la idea de la unidad del partido, el consejo de Juanita y su integridad como ser humano. Terminó renunciando a su cargo y a la política. Mientras depositaba la carta de dimisión, las palabras de la tía le saltaban en la mente: “todos los políticos son unos delincuentes, mi hijo”.

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