jueves, 29 de julio de 2010

Esa funesta generación

Entraron a destiempo a la formalidad y, como buenos aprendices, aprehendieron las palabras de la descarada manipulación.

Para no enfrentarse con la conciencia y los impulsos naturales que llevan a la libertad y al cambio, se hicieron desmemoriados, despreciaron la reflexión y la crítica, y se inclinaron por las palabras desiertas y la sonrisa fingida.  Esos muchachos van construyendo tragedias.  

Son los que conforman la emergente generación de políticos del sistema de partidos de esta República de las Maravillas.  Estudian con disciplina los caminos más prácticos que llevan al poder, sin detenerse un instante en las páginas de valores, ciencia o compromiso desinteresado con la vida. 
Usted los conoce. Todos los días se mueven como roedores bajo la sombra de los “grandes líderes”, a quienes desean superar en el futuro. 

En el pasado proceso electoral muchos se dejaron ver la cabeza. Andaban repartiendo dinero y mercancías baratas, comprando cédulas y mostrando las armas y los vehículos propios de vandalismo político, porque eso es lo que son: vándalos. Forman pequeñas estructuras de asalto, y marcan al presupuesto público como víctima principal.

No tienen respeto por el trabajo honrado y transparente. Si se les ve moviéndose como caballos en tiempos de campaña, es porque tienen la firme intención de pasar factura inmediata a los candidatos ganadores.
Esa funesta generación es la que pretende suceder a la clase política gobernante, con la diferencia de que ninguno de sus miembros se formó en agrupaciones populares o de izquierda. Todos son, directa o indirectamente, hijos del clientelismo.

Con el arresto de un grupo de jóvenes funcionarios de las aduanas de Santiago, acusados de mantener millonarios movimientos de contrabando, el país pudo apreciar pequeños matices de la conducta de los “líderes emergentes” que gravitan en los partidos tradicionales. Que nadie dude de sus intenciones individualistas. Los mueve el dinero y el poder,  que en este país son la misma cosa.
Por el bien del futuro y la sanidad del presente, alguien tendrá que hacerle frente a esa juventud antinatural, funesta.

Por Jhonatan Liriano
  

jueves, 22 de julio de 2010

Si yo fuera Sobeida

Sobeida saboreándose los labios, sabrá Dios con qué intención.
Si yo fuera Sobeida, les digo a los jueces que no me jodan, porque tengo todo el derecho de ser la amante (el cuerno) de un tipo podrido en billete y muy bien parecido.

Este cuerpo ñoño, diría, no se mantiene con víveres cibaeños ni con actos de moralidad. Tiene un precio, y Felipe (Figueroa Agosto) lo pagaba muy, pero muy bien.
Como no quieren meter presos a los oficiales, a los funcionarios y a los empresarios que se relacionaban con Feli, me quieren coger de pendeja, pero conmigo no, chulos. Búsquense a otra conejita, advertiría al tribunal. 

Cuando me pregunten por qué salí del país, les soltaré la más lógica de las respuestas: Ay, ñeñe. Ustedes no leen el periódico. A todos los que sabían algo del caso le dieron para abajo. Yo no estaba segura en Dominicana. Si un alto oficial de la Policía no pudo protegerse de los sicarios, en pleno proceso de investigación, ¿qué ustedes creían que iba a pasar conmigo, nenes? Aquí la gente nada más está segura en el cementerio, sino pregúntenle a Alex el pelotero. Así que déjenme ir pa mi casa que tengo muchas compras por hacer. Busquen otro pan para su circo.

También me curaría en salud con las llamadas vacas sagradas, porque les aclararía, frente a las cámaras de televisión (todos los canales están dispuestos a transmitir la mínima declaración o flatulencia), que no estoy interesada en chivatear a nadie. Me quité. Al fin y al cabo, con eso no se consigue nada. Si todavía no ha caído un solo turpén de la famosa lista de Quirino, ¿qué se puede esperar de este caso? Suéltenme en banda. 
En esta República de las Maravillas todo es un merengue, pero saquen a bailar a otra que ya me duelen los pies, concluiría, con una linda sonrisa de mujerón en los labios.
Pero como no soy Sobeida, ni me parezco, me siento a ver el show, para que mis amigos no me acusen de antisocial o antiespectáculos.