En algún momento podría
aparecer la curiosidad, el deseo de saberte parte de una historia, de un recorrido digno de contar.
Quizás te interese decir
entre tus amigos que el tuyo no es un
nombre cualquiera, que tus padres te lo asignaron por razones de profundo significado. Podrías querer explicar que el “Dios está con nosotros” de la
definición bíblica no es suficiente para
identificar los orígenes de tu nominación
primera.
Si te llega ese instante, si repunta en ti esa sed de identidad y sentido propia de todo ser
humano, puedes decir, con absoluta certeza, que llevas, Manuel, el nombre del
amor, el nombre de la dulzura, de esa montaña de solidaridad,
decoro y alegría que fue tu abuelo.
Cuenta con orgullo de sus
madrugadoras jornadas de labriego en las mocanas tierras de Cacique, donde su
lomo ya envejecido sacaba batatas y yuca para convertirlas en honesto pan
familiar.
Habla de su sonrisa permanente, y de la
legendaria capacidad que le permitía
andar por la vida sin suscribir ofensas ni cultivar rencores. Evoca su cotidiana persecución de
la bondad y la justicia, y estarás consagrando a plenitud el significado de su nombre,
que hoy es el tuyo.
Te llamamos Manuel, como el abuelo, porque deseamos transferirte el mayor legado que ese campesino dejó a la
familia: la actitud permanente de cuidar
a diario la pureza y la humildad del corazón, sin importar el tamaño
de las piedras del camino.
Tu madre no llegó a conocerlo. Pero aceptó sin
restricciones la nominal imposición que
te hemos hecho. De ninguna manera pretendimos trazar
con seis letras las coordenadas de tu
vida. Sólo quisimos y queremos estar seguros
de que sepas con toda precisión
el hermoso camino que anduvo la sangre antes de llegar a ti, amado hijo, Manuel.
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