Por Jhonatan Liriano
A estas alturas de la existencia humana, la información es un derecho convertido en mercancía. Se paga como cualquier pedazo de pan, como cualquier par de zapatos, como cualquier caricia de burdel.
Las universidades preparan profesionales especializados en manejar la información según los intereses de diferentes actores socioeconómicos.
Así el publicista aprende las más eficientes técnicas de persuasión para colocar los bienes y servicios de una empresa en la mente de un segmento del mercado. Si lo contrata un poder del Estado o un político ávido de electores, bien puede poner sus habilidades a la orden de la remuneración correspondiente, sin que la elaboración de sus contenidos se convierta en objeto de censura o juicios morales duraderos.
En el mercado también están los artesanos de la imagen institucional, empresarial o corporativa, los encargados de las relaciones públicas. A estos se les forma para armonizar los objetivos mercadológicos de la unidad de producción o servicio con los del consumidor o usuario. Aunque sus mecanismos de acción sean amplios y diversos, deben mantenerse en estos límites. Siempre defienden a quien paga, sin que esta posición se les traduzca en descalificaciones éticas o legales (las excepciones son mínimas).
El arte también convierte las informaciones de interés colectivo en mercancía, hechas cine, literatura, canciones…
Pero las altas casas de estudio, y la vida misma, todavía forjan una clase de trabajadores de la información, específicamente del hecho informativo, que está llamada a mantener un ejercicio contrario a la lógica de oferta y demanda. El periodista contratado por la empresa no se debe a ésta, ni al dueño de la publicidad que mantiene el medio, ni al Estado que regula las emisiones. Sus contenidos deben responder al interés general, al colectivo. Y de esta práctica contradictoria nunca puede salir ileso. Si decide cumplir cabalmente su función, tiene que describir los acontecimientos surgidos en estructuras socioeconómicas imperfectas, injustas, donde los grupos de poder no emplean otra respuesta que el uso de la fuerza en sus diferentes manifestaciones. Si traiciona la funcionalidad para convertirse en vocero del poder y no de la razón del colectivo, se ubica ipso facto ante el juicio moral de los compañeros que sí permanecen coherentes con el principio de independencia.
La condena resulta inconmensurable y casi eterna cuando el público descubre que el informe periodístico le llega contaminado de medias verdades o intentos de manipulación. La credibilidad es como la inocencia, una vez que se pierde, jamás se recupera.
En esta aguas turbulentas, en las que la información es una fuente de enriquecimiento personal, nada el periodista, con una vocación casi masoquista de ser los ojos de la mayoría, a cambio de vida digna.
3 comentarios:
Es un hecho lamentable que el periodismo esté a la merced de ciertos grupos socio-políticos y que el protagonista de esta profesión" El periodista" se vea en la necesidad de responder a los intereses de quienes les dan el pan... No hay imparcialidad mientras haya conveniencia, interés común para algunos conglomerados o estratos y no como realmente debería ser para un "mismo pueblo"
Estoy de acuerdo con el Joven Jhonatan considero que es muy acertado su pensar.
"El mundo se parece a sus habitantes".
pd:
por lo que escribes, opino que tu eres uno que merece el agrado del mismo mundo. Exelente Ensayo.
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