viernes, 6 de noviembre de 2009

La vergüenza del pan


Por Jhonatan Liriano

Da vergüenza comerse el pan del colmado, esa masa hueca que el barrio compra todos los días. No le sale el sabor aunque la hunda en las profundidades del jarro de chocolate caliente. Su inconsistencia me entristece hasta el punto de que me entran ganas de llorar cuando lo tengo en mis manos, humillante y descriptivo.
Digo descriptivo porque el pan de estos días, tranquilos pero violentos, demuestra la avaricia y la miseria de los productores, de los comerciantes y de la clase empresarial dominicana en general, que exige todas las ganancias y subsidios y no se presta al más mínimo sacrificio.
Cuando muerdo pan de tres o cinco pesos y encuentro el aire en vez de la deliciosa mezcla que conocí en mi infancia, me pregunto: ¿cómo es posible que todas las mañanas cientos de miles de niños y adolescentes se alimenten con este bagazo, mientras sus padres se quedan rondando en el inútil círculo de la lamentación?
Cuándo nos arropó esta maldita inercia. Por qué trabajamos como burros, pagamos impuestos por cada bien o servicio adquirido, pero no tenemos derecho a comer con calidad, a levantar nuestros reclamos, a tener organismos que pongan freno a la estafa y a la avaricia, a vivir sin la necesidad de estar a la defensiva.
¡No hay nada más triste y limitante que vivir a la defensiva!
Este pan desnutrido que se desmorona cuando lo apretamos con fuerza es un indicador de nuestra miseria, pero también nos presenta una salida.
La corroída estructura social que lo produce y lo permite también puede desmoronarse, también puede romperse el sistema político que da vida a la desigualdad y oprime la barriga del barrio.
Solo hace falta que coloquemos las manos adecuadas en el lugar adecuado y apretemos con fuerza, a los corruptos, a los traidores y a todos los enemigos del debido desarrollo de la gente.