miércoles, 21 de diciembre de 2011

Por entero


A veces, no siempre, nos permitimos ser la mitad de lo que somos, dejando la puerta abierta a la posibilidad de no ser nada.
Por dentro identificamos el principio y lo amarramos a la idea. Pero luego, Paquito,  nos tragamos la posición por no  chocar con muros hechos de amigos, compañeros de trabajo, familia u observadores que nunca compartirán las acciones emanadas de nuestra conciencia.   En esos casos recurrimos a la figura del comedimiento, de la madurez o de la  tolerancia para justificar la escisión.
Paradoja.  Por salvar relaciones o cosas (¿algo más?), comenzamos a no ser, o a ser por la mitad. Es cuando aquello que señalamos como la razón, como un paso libre y premeditado, muere antes de convertirse en la luz que creemos imprescindible para la construcción de una colectividad más justa, dirigida por la fuerza de la verdad y el bien común.
Parecería que estuviéramos esperando mejores momentos, que sólo se debe mostrar la entereza en circunstancias especiales. “Llegará la el tiempo preciso, no te desesperes”, nos decimos, querido Paquito, pero ni siquiera nosotros mismos tenemos fe en nuestras palabras. ¿Por qué, muchachillo? Porque en esta realidad que intentamos describir y comprender nada surge de la nada. El día en que podamos ser a plenitud sólo existirá cuando nosotros lo construyamos. Por eso es tan preciso que nos dejemos de rodeos, de paños tibios, de acomodamientos, de lavados de conciencia, y comencemos a ser en todas partes, en todo momento, sin miedo a las consecuencias.
Al final ganaremos de todos modos, porque habremos sido lo que libremente decidimos ser, y no una voz quejona que se dejó arrastrar por el dictamen de una realidad diseñada a imagen y conveniencia de unos cuantos perversos y perversas. Ya es hora, Paquito. Seamos, con la mente y el corazón abiertos a las implicaciones. 

Jhonatan Liriano