lunes, 21 de marzo de 2011

El maldeamor


El maldeamor es una vaina que te desajusta, que te desmonta todos los significados. Fácilmente puede convertir la mejor tarde de sábado en un deprimente derroche de mucosa nasal y tuiteo de pendejadas.

No hay llamada ni chercha que lo cure. Cuando alguien intenta distraerlo con dos o tres petacazos, apenas consigue acentuarlo, con risas estúpidas, y hasta con babeo. Y ahí sí es difícil la situación, porque de la tristeza brutal se pasa a la risa sin razón, a la payasada. 

El maldeamor altera los sentidos, hace que la más tonta canción romántica te recuerde momentos que ni siquiera viviste, o que la voz de quien no está en ti aparezca en todas partes, con una omnipresencia que el mismo Dios envidiaría. ¿Y los olores? Sin buscarlo, encuentras el perfume de aquella persona que te saca el pie en un desabrido pepino de ensalada o en una esquina de la cama en la que nunca estuvo.
Quien tiene maldeamor exagera la comida. No come nada hasta que se le pasa la enfermedad, o se traga un tanque de lo que sea hasta que le llega el sueño por  hartura simple. 
En vano llueven los consejos de la madre, el padre, los tíos o los amigos. Nadie tiene la fórmula adecuada para evadir los síntomas del maldeamor, capaces de tumbar al hombre más robusto y a la mujer más determinada.

Sólo el tiempo puede hacerle frente a este fenómeno que por lo menos sirve para recordarnos dónde, cómo y por qué se agita aquel aparato musculoso llamado corazón.


Escrito por Jhonatan Liriano. Foto enhabito.com

martes, 15 de marzo de 2011

No echemos margaritas a los cerdos

En los tiempos de Jesús las margaritas, como ahora, eran flores de sencilla hermosura. Y en su sola existencia guardaban un valor social único.

De ahí que el Cristo invitara a sus seguidores a no echar margaritas a los cerdos, pues aquellos animales de hocico y pezuña nunca apreciarían la belleza, la importancia, la riqueza, el significado de la flor.  Con el mensaje parabólico el evangelio advierte sobre el desperdicio de llevar las joyas de la sabiduría a seres que nunca las valorarán,  que sólo pueden cubrirlas de inmundicias.

En el caso de la presente generación de jóvenes con inquietudes sociales de esta República Dominicana, la misma alegoría es oportuna. Cometen un gran desperdicio los muchachos y las muchachas que ponen el talento, la creatividad y la vida en su plena manifestación al servicio de los proyectos políticos que tienen al Estado como fuente de enriquecimiento.  Colocan el desarrollo de las habilidades humanas en manos de la ambición y el egoísmo que entorpecen la mejoría de la colectividad.

La juventud ha de ser una ruptura con las cadenas que limitan la trascendencia del género, antes que la continuidad de las ambiciones y torpezas que dificultan los vuelos del genio y el espíritu.   Pocas tragedias tienen que ser tan lamentadas como las acciones de un joven adiestrado en la corrupción de la cosa pública.
La libertad, el trabajo, la ciencia, el amor, los intentos de democracia, el arte, la justicia y todo lo bueno que puede citarse en este mundo es el resultado de una larga y sacrificada siembra.

 Millones de hombres y mujeres, de diferentes partes del país y del mundo, tuvieron que derramar mucha sangre, muchas neuronas, mucho sudor y mucho trabajo para que en estos tiempos de incertidumbre la juventud pudiera ver las luces y las flores de la existencia humana. 

Por respeto, agradecimiento y compromiso con nuestro pasado, con nuestro futuro, y con la vida misma, nosotros, los jóvenes, no debemos ni podemos lanzarnos como margaritas al corral de los cerdos. 



Por Jhonatan Liriano, 15 de marzo del 2011.

Sánchez: "Yo soy la bandera"

El nombre de Francisco del Rosario Sánchez encabeza las páginas de la historia de República Dominicana porque una obra como la suya no cabría en otra parte.

En él Juan Pablo Duarte, ideólogo y líder del proyecto de Independencia Nacional, tenía, quizá, al más comprometido y audaz de todos los adeptos de la sociedad secreta La Trinitaria.

Cuando el movimiento comenzó a materializar sus planes, el 16 de julio de 1838, Sánchez se dedicaba al oficio de peinetero o vendedor de peines de concha. Pero sus inquietudes políticas, probablemente animadas en las clases de filosofía que lo pusieron en contacto con Duarte, lo colocaron en los caminos de la construcción social que nunca abandonó.

En su obra “Pensamiento y Acción de los Padres de la Patria”, el historiador Juan Daniel Balcácer cuenta que para 1843 Francisco del Rosario Sánchez se dedicaba a coordinar el movimiento revolucionario La Reforma, concebido por dirigentes haitianos con el fin de derrocar al dictador Jean Pierre Boyer. El nuevo presidente Charles Herard se dio cuenta de que los trinitarios estaban interesados en algo más que La Reforma. Y por eso dio inicio a una persecución que provocó el exilio de Duarte, Juan Isidro Pérez y Pedro Alejandrino Pina, cabecillas de La Trinitaria.

Sánchez, Matías Ramón Mella y Vicente Celestino Duarte quedaron entonces al frente de las acciones por la Independencia.

“Ellos mantuvieron contacto con Duarte, a quien le solicitaron que gestionara en Venezuela, donde se había radicado temporalmente alguna ayuda económica para la Revolución”, explica Balcácer en el texto referido.

El sobrino de María Trinidad Sánchez se encargó de hacer las gestiones políticas necesarias para que el sector conservador liderado por Tomás Bobadilla se integrara a la causa nacionalista. Algunos historiadores dicen que fue el mismo Sánchez quien redactó el Manifiesto publicado el 16 de enero de 1844, definido como el Acta de Independencia.

En sus apuntes, José María Serra recuerda que Matías Ramón Mella se encargó de disparar su trabuco frente a la Puerta de la Misericordia, con el fin de anunciar el inicio de la revuelta independentista, la noche del 27 de febrero de 1844. Y Francisco del Rosario Sánchez, el líder político de aquella noche, corrió hasta la Puerta del Conde, donde izó por vez primera el símbolo que hoy es sinónimo de su nombre: la bandera del pueblo dominicano.
Un largo camino
Si la declaración de la Independencia Nacional le costó alto sacrificio a Sánchez y a los demás trinitarios, la protección de la nueva República le costaría extensos derrames de sudor y sangre.

El 28 de febrero de 1844, los trinitarios, con Sánchez a la cabeza,  y los conservadores, representados en la persona de Bobadilla, conformaron una Junta Gobernativa llena de contradicciones ideológicas, pues el bando conservador buscaba el resguardo de una potencia extranjera, mientras “los muchachos” no tenían más norte que la plena independencia predicada por Juan Pablo Duarte.

Cuando el Patricio regresó del exilio, indican los Apuntes de Rosa Duarte, la Junta en la que Sánchez y Mella eran directivos lo recibió con los mayores honores posibles. Y de inmediato se vio afectada por una guerra de intereses que provocó el destierro de los líderes trinitarios ñel 26 de agosto de 1844, y el surgimiento de Pedro Santana como jefe supremo de la República.

En lo adelante, el dirigente político y combatiente del 27 de febrero participó de los más importantes acontecimientos de la causa dominicana, a veces como estratega, a veces como abogado del sector público, y a veces como fiero combatiente.

Publicado en el Listín Diario, el 9 de marzo del 2011, por Jhonatan Liriano. 

Duarte, el buen amigo

A la luz del estudio, las discusiones filosóficas y los preparativos revolucionarios, Juan Pablo Duarte cultivó cuidadosamente la relación con sus amigos.

A ellos confió sus sueños y planes de independencia, y con ellos fundó, el 16 de julio de 1838, a las 11:00 de la mañana, la sociedad secreta La Trinitaria.

“Llevaba los libros al almacén de su padre, y daba clases gratis, de escritura y de idiomas a los que demostraban deseos de aprender; los enseñaba con gusto sin hacer distinción de clases ni colores, lo que le atraía una popularidad incontrastable, pues estaba fundada en la gratitud; y no tan sólo transmitía sus conocimientos, sino que tenía a la disposición de sus amigos o del que lo necesitara sus libros, sus libros que él tanto estimaba”, recuerda Rosa Duarte en sus “Apuntes”.

Juan Pablo se ganó la admiración de todos los trinitarios porque sus palabras y acciones mostraban una coherencia inusual. En su proyecto no se reconocía “más nobleza que la de la virtud ni más vileza que la del vicio, ni más aristocracia que la del talento”.
Era tanto el aprecio y el respeto que despertaba Juan Pablo entre sus correligionarios, que algunos estaban dispuestos a dar la vida por él en los momentos más críticos de la conspiración contra los haitianos. En julio de 1843 fuerzas militares buscaban apresarlo para desarticular el movimiento. Por razones de seguridad, hasta los más allegados colaboradores desconocían su paradero.

Don Juan, quiero saber dónde está Juan Pablo, porque nos liga un juramento sagrado, (sic) y es de por la Patria morir juntos. Si usted desconfía de mí, le probaré que no soy de los traidores, lanzándome con este puñal sobre esas tropas que cercan su casa”, llegó a decir Francisco del Rosario Sánchez a Juan José Duarte, padre del joven dirigente.
Una vez conquistada la Independencia, en febrero de 1844, mientras el Padre de la Patria padecía el exilio, sus compañeros se fueron dispersando entre los diferentes bandos políticos.

Algunos, como Felipe Alfau, se convirtieron en representantes del conservadurismo.
Otros, como Matías Ramón Mella, tuvieron que esforzarse para no romper con los principios revolucionarios abrazados en las reuniones de La Trinitaria. Pero todos mantenían la devoción por “aquella alma noble” que construyó las simientes de la República Rominicana. “La historia dirá que fuiste el Mentor de la juventud contemporánea de la patria; que conspiraste, a la par de sus padres, por la perfección moral de toda ella; la historia dirá, ella dirá que no le trazaste a tus compatriotas el ejemplo de abyección e ignominia que le dieron los que te expulsaron”, llegó a escribir el trinitario Juan Isidro Pérez a su “amigo” Duarte en el intercambio de correspondencia.

A Duarte le llegó la vejez luchando por la Patria. En esa lucha su familia se empobreció hasta correr el riesgo de morir de hambre en Venezuela. En 1864, cuando vino a presentar sus servicios a la Restauración de la República, apenas pudo ir a Santiago a dar la última despedida al querido Ramón Mella, postrado en lecho de muerte. Antes el amigo trinitario Félix María del Monte se había encargado de darle otra penosa noticia: ‘Nuestro digno amigo y compañero Sánchez, que tan cordial y entusiastamente te amaba, murió con la esperanza de reunirse a ti en la eternidad, y yo tengo la dicha de volver a hallarte en el tiempo”.

Del Monte se encontró con Duarte el 27 de febrero de 1884, cuarenta años después de la Independencia Nacional, en el Ayuntamiento de Santo Domingo.

Frente al féretro cubierto de flores rojas, blancas y azules, dirigió la última despedida al Padre de la Patria.
Conocí demasiado a ese adalid de la libertad dominicana. Fue uno de mis íntimos amigos, mi condiscípulo, mi compañero en La Trinitaria, en la Sociedad Filantrópica, en el hecho de armas del 24 de marzo de 1843… Poseo como datos preciosos para la historia nacional las cartas que me enviaba a Puerto Rico, durante mi ostracismo de once años. Sí, yo las conservo como las últimas expansiones de su alma virgen, como los postreros latidos de aquel corazón todo amor y patriotismo”.

Publicado en el Listín Diario, el 26 de enero del 2011, por Jhonatan Liriano.