domingo, 24 de octubre de 2010

La Resistencia


















La resistencia, a veces, parece desaliño,
muchacha sin labial,
y poco en los bolsillos.

Los resistentes, aislados, parecen la derrota,
hombre sin peldaños
o par de alas rotas.

Resistir, en el fondo, resulta ser muy triste
si calla su alegría
el ser que se resiste.

En cambio, si comparte sus hondas esperanzas,
demuestra que este mundo
es algo más que nada.

La resistencia, siempre, implica compromiso.
Es flor, amigos, gente,
respeto por lo vivo.

Los resistentes, juntos, ponen ladrillo al sueño.
Construyen el futuro
con un presente bueno.

Resistir, sin duda, es un enfrentamiento
con montes de egoísmo,
con viles monumentos.

Jhonatan Liriano
Foto: maxxximo.com

El Negrito del polvorín

Armados con fusiles, los guardias le temían. Bastaba nombrarlo para despertar imágenes terroríficas entre los batallones de la base aérea de San Isidro, sede de la Fuerza Aérea Dominicana (FAD). El Negrito de los Polvorines no tenía más de cinco pies de estatura, y siempre vestía atuendo militar. Los detalles de su rostro todavía son desconocidos.

“Pasaba como marchando por los puestos 9 y 12. Era prieto y bajito. El guardia que se atrevía a apuntarle con el fusil aparecía golpeado y sin arma. Fueron muchos los que llegaron al hospital (Doctor Ramón de Lara) diciendo que él se les apareció”, cuenta Juan José Concepción, miembro de la FAD desde 1956 hasta 1964. Para aquel tiempo todos los reclutas hablaban de las andanzas de El Negrito, y trataban de zafarse de que los superiores los enviaran a vigilar los puestos cercanos al polvorín, lugar de almacenamiento de las armas, municiones y vehículos especiales de las Fuerzas Armadas. Por allí, entre los montes tupidos, sobre los caminos cubiertos de hojarasca, se movía el pequeño espectro.

“Lo vi dos veces. Pasó derechito frente a mi puesto, pero yo me quedé tranquilo para no buscarme problema”, dice Concepción mientras rebusca entre las escenas nocturnas que nunca abandonan su memoria.

Desde los años 50 hasta finales de los 90 El Negrito de los Polvorines no solo llenó de miedo los cuarteles de la FAD, sino que se metió a las casas de los tres barrios para alistados de la base aérea. Las andanzas del personaje formaban parte de las conversaciones de muchos niños, jóvenes y adolescentes que no salían a la calle después de las 9:00 de la noche por temor a la existencia de El Negrito.
“A un amigo mío lo llamaron de los montes. Él fue, como hipnotizado, y regresó lleno de arañazos y moretones. En la calle dijeron que fue un castigo por portarse mal”, cuenta el joven Henry Martínez, miembro de una generación acosada por el mito.

Origen y permanencia
Juan José Concepción, como otros tantos ex militares de San Isidro, cree que El Negrito de los Polvorines era un bacá (espíritu diabólico que sirve a una persona) del general Marmolejos, y que estaba dedicado a proteger el ganado y las plantaciones que el alto oficial tenía dentro de la base. Promoviendo el miedo entre los guardias, Marmolejos supuestamente evitaba el robo nocturno de sus propiedades. En San Isidro también ha circulado la versión de que el pequeño hombre fue un militar importante que el dictador Rafael Leónidas Trujillo mandó a enterrar vivo. Su espíritu angustiado desandaba o  aún desanda para compartir el dolor con otros uniformados.

Las dos versiones permiten que en la comunidad algunos guardias pensionados mantengan la imagen de El Negrito de los Polvorines como parte de sus historias personales, mientras una generación de adultos más jóvenes lo recuerda como el mito que marcó con miedo su niñez. En este paraje no es difícil encontrarse con los testimonios sobre el tema. Basta acercarse a uno de los cientos de militares retirados que viven en la zona. De una u otra forma, la mayoría conoce al personaje.

LUGAR DE APARICIÓN
La base aérea de San Isidro se ubica en el extremo oriental del municipio Santo Domingo Este. Además del principal complejo militar de la Fuerza Aérea Dominicana, la conforman cuatro barrios para miembros de la institución.

El mito de El Negrito de los Polvorines se originó en su zona boscosa, en las cercanías del almacén de armas y pertrechos conocido como polvorín. Los militares que han hecho residencia fuera de los perímetros de la base se encargaron de extender el mito más allá de San Isidro.

sábado, 2 de octubre de 2010

Compromiso con las guayabas

Muchas veces las guayabas eran el cielo. Aparecían en el patio ajeno o en los tupidos montes de San Isidro para saciar con su redondez nuestras hambres e inquietudes.

Tú, Paquito, preferías las agrias, porque los adultos decían que las dulces tenían gusanos. Luego supiste que esos blancos animalitos, a los que nunca hiciste caso, se crían dentro de cualquier variedad, y que su consumo no provoca ningún daño a la salud.


“Las guayabas hacen mucho bien a las tripas. No importa si están maduras o verdes. Siempre son buenas”, decías mientras devorabas una a modo de ejemplo.

Aquellos eran tiempos de pandilla infantil. Y esos frutos juntaron nuestros caminos.
Yo salía a marotear por los montes y te encontraba tendido entre los guayabales, con la barriga hinchada de la hartura. Si las plantas estaban repletas, tomábamos las guayabas más maduras (blanditas) para armarnos como fieros miembros de la “guerrilla”. Con los bolsillos cargados iniciábamos la batalla, y el otro se convertía en enemigo. Entonces los guayabazos volaban por dondequiera.

Una vez violaste las normas, desgraciado, y me lanzaste una guayaba verde (dura) que casi me saca un ojo. ¡Caí hecho una mierda del árbol en el que me resguardaba! Todavía estaba aturdido cuando llegué a la casa con el moretón en la frente.

“Jamás vuelvas a esos montes, muchacho de la porra. ¿Tú te estás volviendo loco? Si te vuelves a meter en los guayabales, te voy a dar una pela que ni tu madre te va a conocer”, dijo mi papá en tono de sentencia. Por eso te dejé solo, Paquito, comiéndote las frescas guayabas que eran nuestra alegría común. No fue por miedo a tu puntería, como te habían chismoteado los otros niños del barrio.

En fin, creo que, en cierto modo, a las guayabas debemos parte de lo que somos. Buscándolas, comprendimos importantes elementos de este drama llamado vida.

Hoy que te invito a mi casa, quiero que plantemos juntos esta matica. Dentro de cinco o seis años, si los cálculos no me fallan, los hijos que no tenemos podrán encaramarse en sus ramas. Entonces, les contaremos de nuestro compromiso histórico con esta fruta, sembrada por el mismo Dios en las zonas rurales de la República de las Maravillas.

Escrito por Jhonatan Liriano. Sábado 02 de octubre del 2010.